La atención al malestar emocional es infinitamente mejor que nunca, no obstante aún queda mucho por hacer (y en eso estamos). Y si la comparamos con la atención que reciben las dolencias físicas, apaga y vámonos.
Dolencia física versus dolencia emocional
Problema físico
Imaginad que me caigo y que no puedo levantarme porque me duele muchísimo la pierna. Acabo en Urgencias porque alguien me ha acercado hasta allí o porque me ha venido a buscar una ambulancia.
Cuando me atienden en el centro de salud u hospital me preguntan qué me ha pasado y dónde me duele. Me exploran y me hacen las pruebas pertinentes.
Diagnóstico: tibia rota.
Valoran que tratamiento seguir: férula, escayola u operación.
Vamos a suponer que me escayolan y, por tanto, tendré que estar unas semanas con la pierna inmovilizada. Sí, ya sé que lo que os estoy contando es muy obvio, pero tiene su porqué (unas líneas más abajo lo entenderéis).
Tengo la pata inmovilizada y me dan la baja laboral. En mí día a día habrá muchas cosas que no podré hacer: la compra, tareas de casa, conducir, cuidar a Pichón (mi gato), etc. Vamos, que voy a depender de los demás una temporadita.
Y, ¿qué creéis que hará en mi entorno en esta situación? Mis familiares y amigos/as intentarán adaptarse a mis necesidades y me ayudarán en todo lo que puedan: recados, comida, compañía, hasta cambiarle la arena al gato (sí, tengo muy buenos amigos/as).
Cuando algún ser querido me llama por teléfono para interesarse por mi estado de salud, ¿cómo creéis que es la conversación? ¿Me preguntará directamente por mi rotura de hueso? Seguramente sí.
“Hola Janet, ¿cómo estás?”.
“¿Qué tal va la pierna?”.
“¿Te duele?”.
“¿Te pica?”.
“¿Puedes dormir bien?”.
«Oye, ¿y cómo te arreglas para ducharte?».
«¿Y para ir al baño?».
Preguntas espontáneas, sin tapujos y con total naturalidad.
Pasan unas cuantas semanas y por fin ya ha soldado el hueso. Me quitan la escayola pero, claro, mis músculos están un poco fofos… Tendré que estar un tiempo en rehabilitación para intentar recuperarme al 100% o bien para recuperar al máximo posible mi movilidad previa al accidente. Y mi entorno me seguirá apoyando:
“Venga campeona”.
“Vete despacito”.
“Poco a poco”.
“No tengas prisa”.
Problema psicológico
Imaginad ahora que en vez de romperme la pierna tengo un episodio de ataque de pánico. Es probable que por el gran malestar que acarrea, como en el caso de la fractura de la tibia, termine en Urgencias.
¿Me van a atender? Por supuesto.
¿Me van a hacer pruebas? Seguramente.
Diagnóstico: ataque de ansiedad.
¿Habrá tratamiento? Probablemente sí. Me darán una pastillita para meter debajo de la lengua y/o me recetarán un ansiolítico para que me tome cuando me encuentre mal y/o puede que me den un fármaco para tomar a medio/largo plazo.
Hasta aquí es todo similar a la pierna rota: pruebas, diagnóstico y tratamiento.
Pido un taxi o me viene alguien a buscar y me voy para casa con un miedo del demonio a que se vuela a repetir el episodio. Además de encontrarme terriblemente mal, no acabo de entender lo que me ha pasado y encima me siento incomprendida.
Veamos qué ocurre con la respuesta social y familiar en este supuesto. Ya sé que hay múltiples respuestas, distintas sensibilidades y distintos conocimientos, pero lo que sucede con más frecuencia es lo siguiente. Cuando algún allegado/a me llame para interesarse por mí, ¿me preguntará directamente por mi ataque de ansiedad como en el caso de la pierna rota? Probablemente las conversaciones sean muy distintas:
«Bueno, ¿y qué tal todo?».
«¿Qué tal de lo tuyo?».
«Hace frío eh».
«Yo a veces también me pongo muy nervioso/a».
«¿Estás yendo a trabajar?».
Lo más habitual es que la conversación vaya por las ramas, hablando de todo y de nada pero sin tocar de una forma clara el tema de la ansiedad. En líneas generales no se facilita hablar del malestar emocional y esto no es lo más recomendable.
Y lo peor es que mientras me recupero escucharé frases de «apoyo» del tipo:
«Tienes que tranquilizarte».
“Venga, espabila, sal a dar una vuelta y verás como se te pasa la tontería esta”.
“Pero mujer, alegra esa cara que no se ha muerto nadie».
«Tú lo que necesitas es irte una noche de farra y se te pasan todos los males».
“Te quejas de vicio, no ves que no te pasa nada».
«Anímate, que la vida es maravillosa”.
Crees que alguien me diría en mi período de pierna escayolada o sanada a nivel óseo pero no muscular: “¡Vamos!” “¡Espabila!” “¡Corre!” “¿Cómo es que aún no corres?”. ¿Os sorprendería si alguien me dijese esto? Obvio. Pues con las dolencias emocionales ocurre todo lo contrario y es tremendamente injusto.
¿El apoyo que recibo será el mismo que en el caso de la pierna rota? Rotundamente no.
Malestar
El malestar emocional es un conjunto de sensaciones y síntomas desagradables que disminuyen la calidad de vida, generando vulnerabilidad en todas las áreas tanto física, social como emocional. No le restemos importancia.
¡Concienciémonos!
Psicóloga Lugo
Janet Díaz