Ataque de pánico

Hoy voy a escribir un poco sobre los ataques de pánico, también llamados ataques de ansiedad o crisis de pánico.

La ansiedad es una reacción emocional necesaria para nuestra supervivencia. No obstante, las reacciones de ansiedad pueden alcanzar niveles excesivamente altos o pueden ser poco o nada adaptativas en determinadas situaciones. Y, evidentemente, en los ataques de pánico la ansiedad se considera patológica.

Ataques de pánico, ¿Qué son?

Son episodios de aparición repentina (en menos de 10 minutos) de una sensación incontrolable de gran malestar, miedo, preocupación, temor o aprensión intensos. Con frecuencia se asocian a una idea de peligro o catástrofe inminente junto con una necesidad urgente de huir de la situación.

Tengo la intuición de que algo malo va a pasar, no sé muy bien el qué, no lo puedo explicar pero lo siento.

Con frecuencia se inician con una sensación de nerviosismo interno, de agitación. Y no es algo que “venga de fuera” (reacción a un problema en el trabajo, bronca con la pareja, susto en el coche o cualquier suceso estresante). Sino que se trata de una sensación interna. Me viene de dentro y lo noto en la tripa, en el pecho o en la boca del estómago.

Sin ningún tipo de razón empezamos a tener la sensación de que algo malo nos va a suceder y notamos como nuestra respiración y corazón se aceleran. No hay nada que nos indique que exista algún peligro, pero sentimos como si realmente fuera a ocurrirnos algo malo. Puede ser en forma de pensamientos catastrofistas («me estará dando un infarto») o anticipaciones negativas («ya verás, mañana me van a despedir del trabajo»).

¿Cómo identificar un ataque de pánico?

El Ataque de Pánico según el DSM-V se caracteriza por la presencia temporal o aislada de miedo o de malestar intenso, acompañado al menos de cuatro de los siguientes síntomas físicos y cognitivos:

  1. Palpitaciones, golpeteo del corazón o aceleración de la frecuencia cardíaca.
  2. Sudoración.
  3. Temblor o sacudidas.
  4. Sensación de dificultad para respirar o de asfixia.
  5. Sensación de ahogo.
  6. Dolor o molestias en el tórax.
  7. Náuseas o malestar abdominal.
  8. Sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo.
  9. Escalofríos o sensación de calor.
  10. Parestesias (sensación de entumecimiento o de hormigueo).
  11. Desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (separarse de uno mismo).
  12. Miedo a perder el control o de “volverse loco”.
  13. Miedo a morir.

¿Qué hacer?

Si tienes sospechas, acude a un/a profesional.

Bibliografía

American Psychiatric Association., Kupfer, D. J., Regier, D. A., Arango López, C., Ayuso-Mateos, J. L., Vieta Pascual, E., & Bagney Lifante, A. (2014). DSM-5: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5a ed.).

Ansiedad por comer durante la cuarentena

Comer es un acto fisiológico, social y emocional. Al ingerir alimentos aportamos energía y nutrientes a nuestro cuerpo. También comemos para celebrar acontecimientos personales (un homenaje por algo bien hecho), familiares (cumpleaños), sociales (cena de amigos/as) o profesionales (comida de trabajo). Y, por supuesto, también nos alimentamos para acompañar a nuestras emociones. Profundicemos más sobre este último factor: cuando comemos no solo sentimos emociones sino que también establecemos vínculos entre estas y la comida (aunque muchas veces no seamos conscientes). Por eso es tan frecuente que  nuestras emociones afecten a la relación que tenemos con la comida.

Principales aspectos que influyen en nuestra conducta alimentaria

1. Ritmo de vida

El ritmo de vida actual favorece la fast food, cada vez le dedicamos menos tiempo a pararnos a pensar y analizar “¿hoy qué voy a comer?”, “¿qué necesita mi cuerpo?”, “¿qué me apetece?”. Vamos con prisas, estresados/as, y acabamos comiendo cualquier cosa rápida. No tenemos más que observar como ha aumentado la oferta de comida a domicilio o como en  los supermercados cada vez hay más alimentos procesados, listos para comer en un periquete, se calientan en 5 minutos y bon appetit… Perfectamente compatible con el teletrabajo, con estar las 24 horas del día con las pequeñas bendiciones que no pueden salir a la calle, con horarios de trabajos extenuantes, con la pereza, etc.

2. Nivel económico

No todo el mundo puede permitirse ir al super y llenar el carrito de la compra con sus productos favoritos. ERTES, despidos, autónomos aullándole a la Luna… A veces se quiere comer jamón ibérico, pero toca contentarse con fiambre de pavo.

3. Conocimientos sobre alimentación

Compramos, cocinamos y/o elegimos la comida en función de nuestras creencias, modas (ayuno, dieta paleo…) o tendencias en salud, entre otros. Podemos creer que comemos sano, pero las creencias y las realidades a veces tienen poco que ver. Una dieta con poca variedad alimentaria, muy restrictiva en cuanto a calidad o cantidad no es sinónimo de comer sano (aunque lo diga el gurú de turno).

4. Biológicos

Hambre, apetito, sentido del gusto, intolerancias, alergias y un sinfín de factores más.

5. Cultura y religión

¡No voy a entrar en el tema de comer pangolín! Insectos, serpientes…. Para muchos/as de nosotros/as comer pulpo el algo completamente normal (y delicioso) pero hay otras culturas a las que les provoca el mismo asco que podemos sentir algunos/as de nosotros/as al pensar en saborear unas cucarachas fritas. Y con la religión pasa más de lo mismo, los musulmanes no comen cerdo y los católicos apostólicos romanos los viernes de cuaresma no tocan la carne (aunque mi padre dice que de pequeño si le aflojaba la cartera al cura le daba una estampita y diosito ya te permitía comer carnaza sin pecar).

6. Aspectos psicológicos

En función de nuestro estado de ánimo comemos de una manera u otra. Cuando estamos nerviosos/as, enfadados/as, tristes, cansados/as, contentos/as, etc. Comemos de forma diferente. Todos tenemos una alimentación emocional con tendencias diferentes: se nos cierra el estómago, comemos vorazmente, picoteamos, etc.

7. Disponibilidad de alimentos

Tenemos acceso a una gran variedad de alimentos y además de una manera muy suculenta. Presentaciones apetitosas, envoltorios con dibujos para los/as más pequeños/as, campañas publicitarias brutales, colocación estratégica en los supermercados y a veces hasta los comestibles vienen acompañados de regalos. Todo esto facilita que acabemos seducidos/as por determinados productos y tomemos decisiones impulsivas «no tenía pensado comprarlo pero lo vi allí y no me pude resistir».

Cuarentena y alimentación

Nos alimentamos rápido aun sin tener prisa, comemos sin hambre, picamos entre horas… Por no hablar de esa molesta sensación de descontrol ante algunos alimentos (chocolate, por ejemplo) y los sentimientos de culpa que aparecen después de darse un festín.

Muchos de los factores que influyen en nuestra conducta alimentaria han sufrido cambios con la situación excepcional que estamos viviendo: modificación de rutinas, preocupaciones económicas, malestar psicológico, menos visitas al super y/o despensas más llenas de lo habitual. Por eso no es nada raro que nuestra conducta alimentaria se vea alterada.

Pautas para gestionar el hambre emocional

Para disfrutar de la comida y no perder el control, hazte las siguientes preguntas antes de ponerte a zampar:

¿Por qué como?

Es muy frecuente comer de una manera automática, sin pensar, sin conectar con nuestras sensaciones. Una de las señales con la que más desconectamos es con ¿tengo hambre física de verdad o es que estoy aburrido/a, angustiado/a, etc.?

¿Cuándo como?

No te olvides de tener un horario adecuado de comidas.

¿Dónde como?

Hacerlo delante del ordenador, por ejemplo, no te ayudará.

¿Cuánto como?

Intenta identificar las señales de saciedad y cuando lo hagas ¡Para! No tienes que dejar el plato más limpio que una patena. Por una cuestión cultural se asocia el disfrutar de la comida con grandes cantidades, y lo cierto es que no hace falta engullir raciones ingentes para acabar satisfecho/a.

¿Qué como?

Elige los alimentos de una manera flexible y adaptándote a tus propias necesidades. Planifica tu compra y tus comidas, no hace falta que seas un MasterCheff, pero si que programes que vas a desayunar, comer, merendar o cenar.

¿Cómo como?

Hazlo con intención, saborea los alimentos. Comer es un placer. ¡Disfrútalo! No te fijes solo en los aspectos sensoriales de la comida (olores, sabores, texturas, etc.) sino también en qué pensamientos, emociones y sensaciones están presentes.

10 síntomas físicos de la ansiedad

La ansiedad suele tener repercusiones a nivel físico. No todas las personas tienen el 100% de los síntomas que voy a exponer a continuación y tampoco son los únicos que existen. Pero si cumples con unos cuantos es posible que estés experimentando altos niveles de ansiedad (aunque es muy probable que ya lo sepas…).

Síntomas físicos principales

1. Arritmias y palpitaciones

La arritmia es una alteración en el ritmo de los latidos del corazón y es uno de los síntomas más evidentes de la ansiedad. El tipo de arritmia que más frecuentemente se experimenta con esta emoción es la taquicardia (latidos acelerados de manera irregular).

Y no nos olvidemos de las palpitaciones, esa sensación de que tu latido del corazón tiene una intensidad muy fuerte, algo así como un vuelco o un golpe. Ojo, también puede ocurrir que notes una sensación como de ausencia de latido.

2. Cambios en la respiración

Los síntomas vinculados con la respiración junto con los cardíacos son los más habituales.

Cuando respiras excesivamente realizas una hiperventilación. Puede producirse porque tienes una respiración acelerada, porque respiras superficialmente, o porque tomas grandes bocanadas de aire.

3. Tensión muscular

Cuando la ansiedad es intensa, tus músculos se cargan de tensión ocasionando molestias principalmente en tu espalda, cuello y hombros.

La tensión muscular también se relaciona con la respiración. Si experimentas sensación de falta de aire y de opresión en el pecho es probable que se deba a que la tensión de tus músculos intercostales sea elevada. Esto es lo que obstaculiza que tu zona torácica se movilice y por tanto sientas dificultad para coger aire.

Los dolores de cabeza también pueden estar desencadenados por altos niveles de ansiedad, ¿te suenan de algo las cefaleas tensionales?

4. Temblores

¿Alguna vez has temblado antes de hablar en público, antes de un examen o en cualquier otra situación que te generara mucha ansiedad? Si la respuesta es sí sabes perfectamente a que me refiero.

5. Problemas en el sistema digestivo

Puedes experimentar nauseas, vómitos, sensación de nudo en el estómago, digestiones difíciles, ardores, diarreas o dolor de tripa. Todo muy agradable…

6. Sudoración excesiva

Cuando la ansiedad alcanza niveles altos es habitual que sudes de forma excesiva, sobre todo en manos, pies, frente y axilas.

7. Micción frecuente

¿Has experimentado alguna vez la sensación de «me meo» cuando esperabas por la nota de un examen importante, cuando jugabas al escondite o antes de una entrevista de trabajo? Pues otro síntoma físico de la ansiedad.

8. Boca reseca

Sí, cuando estás ansioso/a las glándulas encargadas de la salivación se contraen, ocasionando sequedad en tu boca. Truquillo: intenta llevar una botellita de agua en situaciones especialmente estresantes o angustiantes.

9. Mareos

En los momentos en los que tu ansiedad es muy intensa puedes experimentar mareos o sensación de inestabilidad (o directamente caer como un pajarito).

10. Variación en la respuesta sexual

Si eres hombre puedes tener dificultades para conseguir una erección o sufrir eyaculación precoz.

Si eres mujer es posible que notes una pérdida de deseo acompañada de baja lubricación vaginal.

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Salud mental

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Bibliografía

Psicología y mente

Psicóloga Lugo

Janet Díaz

Atención al malestar emocional

La atención al malestar emocional es infinitamente mejor que nunca, no obstante aún queda mucho por hacer (y en eso estamos). Y si la comparamos con la atención que reciben las dolencias físicas, apaga y vámonos.

Dolencia física versus dolencia emocional

Problema físico

Imaginad que me caigo y que no puedo levantarme porque me duele muchísimo la pierna. Acabo en Urgencias porque alguien me ha acercado hasta allí o porque me ha venido a buscar una ambulancia.

Cuando me atienden en el centro de salud u hospital me preguntan qué me ha pasado y dónde me duele. Me exploran y me hacen las pruebas pertinentes.

Diagnóstico: tibia rota.

Valoran que tratamiento seguir: férula, escayola u operación.

Vamos a suponer que me escayolan y, por tanto, tendré que estar unas semanas con la pierna inmovilizada. Sí, ya sé que lo que os estoy contando es muy obvio, pero tiene su porqué (unas líneas más abajo lo entenderéis).

Tengo la pata inmovilizada y me dan la baja laboral. En mí día a día habrá muchas cosas que no podré hacer: la compra, tareas de casa, conducir, cuidar a Pichón (mi gato), etc. Vamos, que voy a depender de los demás  una temporadita.

Y, ¿qué creéis que hará en mi entorno en esta situación? Mis familiares y amigos/as intentarán adaptarse a mis necesidades y me ayudarán en todo lo que puedan: recados, comida, compañía, hasta cambiarle la arena al gato (sí, tengo muy buenos amigos/as).

Cuando algún ser querido me llama por teléfono para interesarse por mi estado de salud, ¿cómo creéis que es la conversación? ¿Me preguntará directamente por mi rotura de hueso? Seguramente sí.

“Hola Janet, ¿cómo estás?”.

“¿Qué tal va la pierna?”.

“¿Te duele?”.

“¿Te pica?”.

“¿Puedes dormir bien?”.

«Oye, ¿y cómo te arreglas para ducharte?».

«¿Y para ir al baño?».

Preguntas espontáneas, sin tapujos y con total naturalidad.

Pasan unas cuantas semanas y por fin ya ha soldado el hueso. Me quitan la escayola pero, claro, mis músculos están un poco fofos… Tendré que estar un tiempo en rehabilitación para intentar recuperarme al 100% o bien para recuperar al máximo posible mi movilidad previa al accidente. Y mi entorno me seguirá apoyando:

“Venga campeona”.

“Vete despacito”.

“Poco a poco”.

“No tengas prisa”.

Problema psicológico

Imaginad ahora que en vez de romperme la pierna tengo un episodio de ataque de pánico. Es probable que por el gran malestar que acarrea, como en el caso de la fractura de la tibia, termine en Urgencias.

¿Me van a atender? Por supuesto.

¿Me van a hacer pruebas? Seguramente.

Diagnóstico: ataque de ansiedad.

¿Habrá tratamiento? Probablemente sí. Me darán una pastillita para meter debajo de la lengua y/o me recetarán un ansiolítico para que me tome cuando me encuentre mal y/o puede que me den un fármaco para tomar a medio/largo plazo.

Hasta aquí es todo similar a la pierna rota: pruebas, diagnóstico y tratamiento.

Pido un taxi o me viene alguien a buscar y me voy para casa con un miedo del demonio a que se vuela a repetir el episodio. Además de encontrarme terriblemente mal, no acabo de entender lo que me ha pasado y encima me siento incomprendida.

Veamos qué ocurre con la respuesta social y familiar en este supuesto. Ya sé que hay múltiples respuestas, distintas sensibilidades y distintos conocimientos, pero lo que sucede con más frecuencia es lo siguiente. Cuando algún allegado/a me llame para interesarse por mí, ¿me preguntará directamente por mi ataque de ansiedad como en el caso de la pierna rota? Probablemente las conversaciones sean muy distintas:

«Bueno, ¿y qué tal todo?».

«¿Qué tal de lo tuyo?».

«Hace frío eh».

«Yo a veces también me pongo muy nervioso/a».

«¿Estás yendo a trabajar?».

Lo más habitual es que la conversación vaya por las ramas, hablando de todo y de nada pero sin tocar de una forma clara el tema de la ansiedad. En líneas generales no se facilita hablar del malestar emocional y esto no es lo más recomendable.

Y lo peor es que mientras me recupero escucharé frases de «apoyo» del tipo:

«Tienes que tranquilizarte».

“Venga, espabila, sal a dar una vuelta y verás como se te pasa la tontería esta”.

“Pero mujer, alegra esa cara que no se ha muerto nadie».

«Tú lo que necesitas es irte una noche de farra y se te pasan todos los males».

“Te quejas de vicio, no ves que no te pasa nada».

«Anímate, que la vida es maravillosa”.

Crees que alguien me diría en mi período de pierna escayolada o sanada a nivel óseo pero no muscular: “¡Vamos!” “¡Espabila!” “¡Corre!” “¿Cómo es que aún no corres?”. ¿Os sorprendería si alguien me dijese esto? Obvio. Pues con las dolencias emocionales ocurre todo lo contrario y es tremendamente injusto.

¿El apoyo que recibo será el mismo que en el caso de la pierna rota? Rotundamente no.

Malestar

El malestar emocional es un conjunto de sensaciones y síntomas desagradables que disminuyen la calidad de vida, generando vulnerabilidad en todas las áreas tanto física, social como emocional. No le restemos importancia.

¡Concienciémonos!

Psicóloga Lugo

Janet Díaz

¿Uso o abuso de psicofármacos? | Psicólogo Lugo

En muchas ocasiones el uso de psicofármacos está perfectamente justificado. Pero en otros casos, no. Hablemos un poco de estos últimos…

Aumento del consumo de psicofármacos

En España, en el año 2015, aumentó en un 300% la venta de psicofármacos (principalmente antidepresivos y ansiolíticos). Y su consumo no deja de crecer año tras año.

Es bastante curioso que el vertiginoso crecimiento de venta de estos medicamentos no se corresponda con el ritmo del aumento de las patologías a tratar (muchísimo menor). Es decir, se prescriben más tratamientos de los trastornos que se diagnostican.

Por no hablar de que este «remedio» farmacéutico parece no funcionar demasiado bien. En vez de bajar la incidencia de las patologías que se supone que curan, estas van en aumento.

No aceptar la realidad

Razones para tener ansiedad o para estar tristes hay y hubo desde el inicio de los tiempos. Las emociones (todas ellas) forman parte de la vida y querer que desaparezcan no es saludable, ni adaptativo, ni inteligente, ni conduce a nada bueno.

Sí, ya sé que hay gran cantidad de gurus y pseudocientíficos/as varios/as que repiten una y mil veces eso de “sonríele a la vida y ella te devolverá la sonrisa”, “podrás conseguir todo lo que te propongas”, “si lo deseas con fuerza, sucederá” y mil y una chorradas más. Señores/as de luz, va a ser que esto no funciona así. En la vida hay momentos buenos y momentos malos. Hay cosas que no vamos a poder conseguir (por mucho que las deseemos o las visualicemos) ni controlar. Si nos creemos esas mentiras de vidas de felicidad constante, sin sufrimiento, antes o después acabaremos angustiados/as por no poder alcanzarlas.

Pretender que desaparezca el malestar de nuestras vidas es un grave error. Ojo, no digo que haya que abogar por la mediocridad o ahogar cualquier espíritu de lucha. Pero peleemos por lo que cada uno/a de nosotros/as queramos pelear teniendo en cuenta, siempre, nuestras capacidades. De lo contrario nos convertiremos en ciudadanos frustrados por no ser capaces de alcanzar los sueños imposibles que nos hemos o nos han impuesto.

La vida no se medica

En la vida hay dolor, desamores, ansiedad, agobios, bajones anímicos, sueño, cansancio, preocupaciones y no podemos resolverlo todo a golpe de psicofármacos.

La tristeza no es una enfermedad. Suspender un examen, tampoco. Ni siquiera estar apenados/as por la muerte de un ser querido o por una ruptura sentimental lo es. Pero muchas veces no aceptamos que el dolor forma parte de la vida y preferimos vivir «anestesiados/as».

En la vida hay momentos buenos y malos, ¿estos últimos creéis que se solucionan a golpe de pastilla?

Bibliografía

Aemps

psicorelacional.com

Psicóloga Lugo

Janet Díaz

Amaxofobia o fobia a conducir

¿Te aterra conducir? No sé si te servirá de ayuda pero no eres la única persona a la que le pasa (mal de muchos, consuelo de tontos). Se calcula que casi el 7% de los/as españoles/as sufren este trastorno.

¿Qué es la amaxofobia?

Es el intenso temor e incapacidad que experimentan algunas personas al conducir un vehículo, o simplemente, al pensar que lo tienen que hacer.

Se trata de una fobia específica de tipo situacional que se engloba dentro de los trastornos de ansiedad descritos por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V).

Síntomas principales de la amaxofobia

  • A nivel físico: sudoración excesiva, temblores, náuseas, malestar de estómago, rigidez muscular, ritmo cardíaco acelerado y/o sequedad de boca, entre otras.
  • Aspectos cognitivos y emocionales: ansiedad anticipatoria, pensamientos irracionales, catastróficos y/o obsesivos relacionados con la conducción.
  • A nivel conductual: evitación de la conducción.

Causas de la amaxofobia

Lo más habitual es que se inicie con una crisis de ansiedad mientras se conduce o por haber sufrido o haber sido testigo de un un accidente de tráfico. La intensa sensación de falta de control que estas experiencias provocan y los pensamientos catastrofistas sobre lo sucedido, producen un fuerte temor ante la posibilidad de que la crisis o el accidente se repita.

Los factores que pueden terminar generando este trastorno son muchos, ya que aparece como consecuencia de una combinación de acontecimientos externos y predisposiciones internas. Los más frecuentes suelen ser:

  • Baja autoestima.
  • Percepción de incompetencia personal a a hora de conducir.
  • Baja tolerancia a la frustración.
  • Alta vulnerabilidad a la ansiedad.
  • Baja tolerancia al estrés.

Recuerda

La amaxofobia es un miedo muy intenso e irracional que llega incluso a impedir a quien la padece a ponerse al volante. Si el miedo a conducir supone una limitación en tu día a día, es el momento de ponerle remedio. Las fobias son los trastornos que más eficazmente se pueden tratar a través de terapia así que… ¡Contacta con un psicólogo!

Bibliografía

infocop.es

Psicólogo Lugo

Janet Díaz

¿Tengo hipocondría?

Desde el año 2014, con la actualización del  DSM-V (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), el Trastorno por Hipocondría pasó a denominarse Trastorno de Ansiedad por Enfermedad. Pero voy a dejar a un lado los tecnicismos y seguir llamándole hipocondría, porque así nos entendemos mejor todos/as.

¿Qué es eso de la hipocondría?

Las personas que sufren este trastorno creen padecer una enfermedad grave y por ello experimentan una preocupación y una angustia excesivas. Esta supuesta enfermedad no la ha detectado ningún médico o especialista, se trata de un autodiagnóstico o de una malinterpretación personal de algún síntoma físico insignificante o funciones corporales normales. Las personas con hipocondría tienen la convicción de que ya tienen la dolencia y aunque acudan a distintos médicos una y otra vez y no les detecten nada, el miedo y la angustia no desaparece. Están convencidas de que padecen una terrible enfermedad y esta preocupación está presente al menos durante 6 meses.

Preocupaciones por cualquier aspecto relacionado con la salud

“No paro de darle vueltas y de revisar el tamaño y la forma de esta mancha de nacimiento (que nunca ha cambiado). Esto tiene una pinta de melanoma…”.

“Mi abuelo tuvo Alzheimer y últimamente me noto muy despistado/a, se me olvidan muchas cosas… Madre mía, tengo principios de demencia”.

“Me duele la cabeza… ¿Será un un tumor?”.

“Esta tos…. Neumonía, seguro”.

“Noto un dolor en el brazo… Infarrrrrto”.

¡Ojo! No quiero banalizar este trastorno, las personas que lo sufren lo pasan realmente mal. Si acostumbráis a leer mis post ya sabréis que me gusta poner un toque de humor y desdramatizar en la medida de lo posible. Que nadie se ofenda, ¡por dios!

¿Tienes hipocondría si cumples con alguno de los criterios anteriores?

Tener ciertos rasgos de hipocondría es habitual, especialmente las personas ansiosas o preocupadizas. En algún momento cualquiera de nosotros/as nos hemos podido preocupar algo, mucho o nada por algún aspecto de nuestra salud, pero de ahí a padecer el trastorno hay un buen trecho.

La preocupación por la salud y el miedo a padecer una enfermedad no son suficientes. También hay que prestar atención a la relevancia de los síntomas y de cómo estos afectan a tu vida diaria. Si la preocupación no interfiere de forma significativa en tu día a día, no se puede considerar trastorno.

Tips para hipocondríacos/as

Si no te fías de lo que te dice tu médico, solicita una segunda opinión. Pero, por favor, no pidas una tercera, décima o trigésimo segunda. No te va a servir de nada ir a tropecientos mil médicos esperando que alguno te confirme tus terribles sospechas.

Si eres de los/as que no vas al médico porque te da miedito, deja de automedicarte, chutarte de hierbajos y de consultar a curanderos, tampoco te va a servir de mucho.

Racionaliza. Si varios médicos te valoran de forma exhaustiva y coinciden en descartar tu temida dolencia, lo más probable es que no tengas nada. Lo mejor que puedes hacer es plantearte ir al psicólogo, porque por muy seguro/a que estés de que padeces esa enfermedad, en realidad no la tienes. Majo/a, lo que probablemente tienes es hipocondría.

Google, los programas de televisión, lo que te cuenta el/la vecino/a y, por supuesto, las batallitas de las salas de espera, pueden hacer mucho daño. Confía más en los profesionales que en habladurías, Internet o en tus pensamientos.

Busca la ayuda de un/a psicólogo/a 😉

Bibliografía

American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.)

Psicólogo Lugo

Janet Díaz

¿El polígrafo es un timo? | Psicólogo Lugo

El polígrafo indica que la persona miente.

El polígrafo indica que la persona dice la verdad.

Estaría genial poder determinar la honradez de una persona solo con conectarla a un artilugio lleno de cables, ¿verdad? Pero hay un problemilla a tener en cuenta, los «detectores de mentiras» no existen.

Qué es y cómo funciona un polígrafo

El polígrafo es un aparato que registra las alteraciones de varias medidas fisiológicas en un determinado lapso de tiempo. Las más habituales son:

  • Frecuencia cardíaca.
  • Presión sanguínea.
  • Respiración.
  • Conductividad de la piel (sudoración).

La prueba consiste en registrar durante una o dos horas los cambios que se dan en la persona evaluada cuando responde a una serie de preguntas.

¿Cómo se supone que detecta las mentiras?

Mentir desencadena una serie de respuestas involuntarias que el polígrafo pretende medir.

¿Por qué no funciona?

Porque el polígrafo no detecta mentiras, solo detecta los supuestos cambios que se producen cuando se miente. Y un detallito sin apenas importancia: no existe ningún patrón de respuestas fisiológicas que se puedan relacionar directamente con la mentira y, por tanto, el engaño no puede ser medido. Además no debemos olvidar que no todas las personas experimentan las mismas respuestas cuando engañan. Hay gente que ni se inmuta al contar trolas como catedrales y, en cambio, otros experimentan alteraciones fisiológicas con gran intensidad con cualquier mentirijilla.

Además, hay muchísimas causas por las que se puede producir un cambio en el ritmo cardíaco, respiratorio, en la presión de la sangre o en la sudoración. El mero hecho de someterse a un examen poligráfico, por ejemplo, puede provocar mucha ansiedad. Sería algo parecido al «síndrome de la bata blanca» que muchas personas sufren cuando van al centro de salud a medirse la tensión y esta aumenta por el nerviosismo que les genera el posible resultado o los/as enfermeros/as, ATS o médicos/as.

Fiabilidad del polígrafo

Uno de los últimos informes científicos afirman con rotundidad que “las pruebas poligráficas son completamente inválidas como instrumento diagnóstico para determinar la verdad”.

Aproximadamente de cada 100 personas que se someten al polígrafo y no mienten:

  • 50 de ellas van a ser identificadas como individuos que dicen la verdad.
  • Los otros 50 individuos honestos van a ser tachados de mentirosos.

Estas cifras son prácticamente iguales a las observadas al arrojar una moneda al aire. Si sale cara, miente. Si sale cruz dice la verdad.

Cómo trampear la prueba poligráfica

Está claro que el polígrafo detecta a con precisión los cambios fisiológicos, pero lo que no puede hacer es determinar a que se deben. ¿Se me acelera el corazón porque miento, porque me importa mucho que sepan que digo la verdad, porque recuerdo una situación muy embarazosa, porque tengo miedo a que me juzguen injustamente, porque estoy nerviosa o por mil y un motivos más?

En España la prueba del polígrafo no se admite (afortunadamente) como prueba de cargo que sirva para condenar a alguien, pero si por un casual estás pasando unos días en Estados Unidos y alguna agencia federal como el F.B.I. o la C.I.A. te somete al polígrafo, aquí van unos consejitos para que superes la «prueba de la verdad» (también te pueden servir si eres un/a personajillo/a de esos a los someten al detector de mentiras en el Sálvame Deluxe):

  • Muérdete la lengua cada vez que te hagan una pregunta. Así conseguirás aumentar tu ritmo cardíaco, respiración y respuesta galvánica tanto en las preguntas control como en las preguntas relevantes. Digas la verdad o mientas, tu respuesta fisiológica será siempre la misma así que: «dice la verdad».
  • Tómate algún tranquilizante, de este modo tu respuesta emocional será más uniforme ante las preguntas y no habrá cambios físicos relevantes: «el/la sospechoso/a dice la verdad».
  • Mete una chincheta o piedrecilla puntiaguda en el zapato y clávatela cada vez que respondas a una pregunta, así todas tus respuestas tendrán una alteración similar: «dice la verdad».

Fíjate que fiable es el polígrafo eh…

Bibliografía

Alonso-Quecuty, M.L. (1993): Información post-evento y reality monitoring: Cuando el testigo «no puede» ser honesto. En M. DIGES y M.L. ALONSO-QUECUTY: Psicología forense experimental. Valencia: Promolibro.

National Academy of Sciences. 2003. The Polygraph and Lie Detection, Committee to Review the Scientific Evidence on the Polygraph. The National Academies Press, Washington, D.C.

Psicólogo Lugo

Janet Díaz

Trastorno de ansiedad generalizada | Psicólogo Lugo

El trastorno de ansiedad generalizada se caracteriza por la ansiedad persistente y las preocupaciones excesivas e incontrolables, que se producen constantemente durante al menos 6 meses, ante situaciones y temas cotidianos.

Componentes fundamentales

Este trastorno tiene dos elementos nucleares:

  • la ansiedad: sensación de inquietud, desasosiego, tensión y angustia.
  • las preocupaciones: cadena de pensamientos fatalistas acerca de una desgracia o un posible peligro futuro dónde hay mucho grado de incertidumbre.

Las preocupaciones más habituales en este trastorno suelen estar relacionadas con:

  • la familia: ¿y si le pasa algo malo a…?
  • las amistades: ¿y si no le caigo bien…?
  • los estudios/el trabajo: ¿y si suspendo/ me despiden?
  • salud: ¿y si estoy incubando algo?
  • la economía: ¿y si no gano para gastos?
  • las relaciones sociales: ¿y si me dejan de lado?
  • etc.

Las personas con trastorno de ansiedad generalizada pasan muchísimo tiempo preocupadas por aspectos variopintos; a mis pacientes (en clave de humor) suelo decirles que viven en ysilandia (y si, y si, y si???). Se preocupan por cosas que muy rara vez ocurren y, en el caso de suceder, las consecuencias no son tan fatalistas o devastadoras como ellos/as mismos/as anticipan.

¿Si tú te preocupas mucho quiere decir que tienes un trastorno de ansiedad generalizada?

No.

Una cosa es ser preocupadizo/a (creo que esta palabra no existe) y otra muy distinto padecer este trastorno. ¿Quién no se ha sentido ansioso/a y preocupado/a en algún momento de su vida? ¿Hay alguien en la sala que no levante la mano? Cri- cri. Pues eso, no vayamos a colocarnos etiquetas y/o diagnósticos, que me han contado por ahí que tenemos cierta tendencia.

Criterios diagnósticos para el trastorno de ansiedad generalizada (DSM – V)

  1. Debe haber una ansiedad y preocupación excesivas y persistentes (presentes más de la mitad de los días durante al menos 6 meses) sobre diversas áreas o circunstancias de la vida.
  2. A la persona le resulta difícil controlar la preocupación y que esta no interfiera con las tareas que realiza.
  3. La ansiedad y la preocupación están asociadas con tres o más de los siguientes síntomas (basta con uno en niños): inquietud o tener los nervios de punta, cansarse con facilidad, dificultades de concentración o quedarse en blanco, irritabilidad, tensión muscular y perturbaciones del sueño.
  4. La ansiedad, la preocupación o los síntomas anteriores producen un malestar significativo o un deterioro del funcionamiento de la persona en áreas importantes.
  5. El trastorno no es debido a los efectos directos de una droga, fármaco o enfermedad.
  6. El trastorno no se explica mejor por la ocurrencia de otro trastorno mental.

¿Te sientes identificado/a?

Si tu ansiedad y preocupaciones son excesivas, continuas, difíciles de controlar e interfieren en tus actividades diarias, te aconsejo que contactes con algún psicólogo/a.

Las personas que padecen este trastorno no suelen acudir a terapia ya que muchos/as lo ven como una forma de ser (siempre me he preocupado y agobiado mucho, es mi personalidad, soy muy aprensivo/a, etc.). En otras ocasiones lo que ocurre es que piden ayuda en el lugar equivocado, rectifico, no es que vayan al sitio incorrecto sino que les ofrecen un «remedio» desacertado. Algún que otro médico de cabecera tiene cierta predilección por tratar cualquier problema de salud mental con una pastillita sin ni siquiera plantearse otras alternativas. ¿No puedes dormir? Pastillica. ¿Estás triste? Pastillica. ¿Estás nervioso/a? Pastillica. Y así hasta el infinito y más allá. Ojo, no digo que los psicofármacos no sean efectivos, pero abusar de ellos es perjudicial. No perdamos de vista que somos el segundo país del mundo que más psicofármacos consume (esto no es para estar orgullosos/as) y creo que es necesario hacérnoslo mirar.

El curso del trastorno de ansiedad generalizado es crónico y está muy relacionado con la falta de tolerancia a la incertidumbre. Y eso de pastillita «pal body» dineritos «pala» farmacéutica creo que no es lo mejor. Los antidepresivos y ansiolíticos suponen una ayuda más bien a corto plazo, y para nada es recomendable usarlos de por vida, por nimiedades como los efectos secudarios o la adicción que generan.

En muchos trastornos la terapia psicológica funciona a las mil maravillas (así lo demuestran distintos estudios científicos) y, por lo tanto, debería de ser el tratamiento de elección, pero sigue ganando por goleada la prescripción de fármacos. No es que quiera barrer para casa pero sí, la terapia psicológica es la mejor opción para tratar el trastorno de ansiedad generalizada. Oigan, que no solo lo digo solo yo, también lo afirma el National Institute For Health And Clinical Excellence (2011) 😉

Psicólogo Lugo

Janet Díaz

Bibliografía

Belloch, A. y Sandín, B. (2009). Manual de psicopatología (vol. II)

Díaz, M., Ruiz, M. y Villalobos, A. (2017). Manual de técnicas y terapias cognitivo conductuales.

Vallejo, M. y Comeche, M. (2016). Lecciones de terapia de conducta.

www.cop.es/colegiados/A-00512/ansia.html

www.infosalus.com/farmacia/noticia-espana-abusa-psicofarmacos-20180806082710.html

Depresión y ansiedad: Lo que no debes hacer |Psicólogo Lugo

Si tienes un trastorno de ansiedad o depresión lo que nunca debes hacer es utilizar el alcohol como ansiolítico o antidepresivo.

En España el alcohol es una droga socialmente aceptada, de curso legal, de fácil acceso y asequible. Beber está asociado a un sinfín de acontecimientos y en contextos de ocio existe cierta presión social para hacerlo. Pero a la vez existe una falta de información sobre los problemas que puede ocasionar a cualquier persona que este padeciendo ansiedad o depresión, para ellas el alcohol es, literalmente, veneno.

Ya sé que en días calurosos (como hoy) sienta muy bien una cerveza fresquita, y para un adulto sano esto no tiene mucha más trascendencia. Pero, ojo, el hecho de tomarse una cañita, una copa de vino o lo que sea, no es bueno. Es posible que en este momento estés pensando: pero si yo siempre he escuchado que beber una copa de vino tinto a la comida es buenísimo. Pues va a ser que no. ¿Conoces el caso de alguna persona que no beba y que haya ido al médico y que éste le dijera, pues beba hombre/mujer, beba? ¿Verdad que no? Ningún médico o psicólogo recomienda beber alcohol a nadie porque no tiene nada de positivo. Eso de las bondades del vino no son más que falsas creencias. Se lo dijo un médico/a al vecino del cuñado de mi compañera de trabajo el año pasado; siempre lo he oído; etc. Sí, y de pequeño/a creías que los Reyes Magos existían porque también te lo decían…

Mitos

Hay un montón de mitos sobre las supuestas propiedades beneficiosas de las bebidas alcohólicas que, obviamente, no tienen:

  • ayuda a dormir
  • te activa
  • sirve para afrontar mejor los problemas
  • ayuda a olvidar las penas
  • aumenta la potencia sexual
  • etc.

Pa-pa-rru-chas.

Espirituosos, ansiedad y depresión

Es cierto que el alcohol puede ayudarte a relajarte, a quitar la tensión y hacer que te sientas bien momentáneamente. Pero si estás atravesando un problema de ansiedad o depresión puede que, sin darte cuenta, estés usando el alcohol como una “medicina” para tranquilizarte o sentirte un poquito más animado/a. Sin embargo el alcohol tiene un reverso tenebroso, aparentemente te sienta bien, pero al día siguiente hace que te sientas más deprimido/a o te provoca un rebote ansioso. Bebiendo lo que hace es empeorar el problema y generar un círculo vicioso de difícil salida. La sintomatología ansiosa o depresiva con la ingesta de alcohol disminuye un ratillo, pero luego vuelve con mucha más fuerza y para aplacar el malestar consumes de nuevo alcohol y así es problema se mantiene hasta el infinito y más allá y, lo que aún es peor, se agrava.

¿Estás usando el alcohol de forma inadecuada?

  1. ¿Bebes a diario porque crees que te sienta bien o realizas una gran ingesta de alcohol los fines de semana?
  2. ¿Bebes varias unidades alcohólicas en casa, a solas, para relajarte?
  3. ¿Has tenido problemas en tu trabajo o en tus relaciones sociales por el consumo de alcohol?
  4. ¿Piensas más de la cuenta en beber?
  5. ¿Buscas cualquier excusa para beber?
  6. ¿Algún familiar o amigo/a te ha dicho que estás bebiendo demasiado?

Si has respondido a varias preguntas con un sí, creo que deberías recapacitar un poco sobre la relación que tienes con el alcohol…

Recuerda

Beber alcohol para calmar la ansiedad o la depresión es una «solución» de alto riesgo. La mejor opción es, sin duda, buscar ayuda profesional.

La psicoterapia y otros tratamientos para la ansiedad y depresión son muy efectivos, pero es necesario eliminar el estigma de que al psicólogo solo van los locos/as.

Psicólogo Lugo

Janet Díaz


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